La encantada de Moratalla

Según nos cuenta esta historia, en la Murcia visigoda, vivía la condesa Ordelina, desde niña el padre de Ordelina quería que se casase con familia noble y concertaron su matrimonio al noble Sigiberto.

 

El tiempo fue pasando y la fecha de la boda estaba ya en boca de todos, pero pocos días antes de celebrarse dicha boda el padre de Ordelina falleció. Viéndose libre del compromiso contraído con Sigiberto, ella decidió casarse con otro joven noble. Aún reciente el funeral del padre, Ordelina por miedo al rechazo que realizó al dejar a Sigiberto, celebró la ceremonia  aún sin guardar los días establecidos de luto por la muerte del padre.


Al finalizar la boda y al consumar la unión en esa noche mágica vísperas de San Juán; el espíritu furioso del padre se les apareció, y reprochándole a su hija la traición y la impaciencia para celebrar su boda, arrancó su alma del cuerpo en brazos de su esposo.

El alma de Ordelina fue recluida, junto con el collar que llevaba en su noche de bodas a las profundidades de una cueva escondida tras un peñasco cerca del lugar conocido como Benamor de donde solo podría salir unas horas en la noche de San Juan. 

Durante muchas generaciones, siempre hubo alguien que decía haberla visto deambular por los alrededores de su cárcel eterna y aunque el espíritu jamás mostró animosidad hacia nadie, pocos se atrevían a acercarse a ese lugar hasta que pasaron años y siglos. Así es que en el siglo XV, Don Pedro López de Villora, un joven y valiente guerrero, acudió en la fecha señalada a los alrededores de la caverna, de donde en efecto, vio salir casi flotando a una dama pálida, aunque sin la joya preciada en su cuello.  Don Pedro, se acercó entonces  al espíritu y sin titubeo alguno le habló de cómo necesitaba su collar para alcanzar el amor soñado de una joven doncella de la época y demostrarle así su amor verdadero y eterno hacia ella.

A la mañana siguiente unos pastores encontraron el cuerpo del joven muerto,  sin ninguna señal de violencia y a escasos metros de la entrada de aquella caverna. Rápidamente llamaron a las autoridades para llevaron de regreso al pueblo y entre la multitud de la gente que se acercaba al cadáver, se encontraba el amor de Don Pedro. La joven doncella, sabiendo que era responsable de haber llevado a la muerte a Don Pedro, quedó sin habla de por vida y lo único que se escuchaba de ella, eran los sollozos por la muerte de Don Pedro.

 

Aún cuentan que en vísperas de San Juan, sigue paseándose la dama de Benamor, aunque pocos son los aventureros que desafían entrar en el interior de la caverna, pues bien saben que el collar que allí se oculta, solo es accesible para los muertos.


Editado por Antonio Pérez Díaz

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